En el mundo de la agricultura ecológica, es común escuchar que ciertos productos como el aceite de neem o el jabón potásico son insecticidas «ecológicos», seguros y respetuosos con el entorno. Pero ¿es cierto esto?
En esta entrada queremos contarte cómo funcionan realmente, qué beneficios ofrecen, pero también sus límites y riesgos, especialmente cuando se trata del impacto sobre la vida en su conjunto.
¿Qué son el Aceite de neem y el Jabón potásico?
El Aceite de neem, es un insecticida, catalogado como natural, que se extrae de las semillas del árbol de neem (Azadirachta indica), originario de la India. Este aceite contiene compuestos activos como la azadiractina, los cuales interfieren en el ciclo vital de los insectos, afectando su alimentación, reproducción y desarrollo.
El jabón potásico, por su parte, es un jabón suave elaborado a partir de ácidos grasos vegetales y potasa (hidróxido de potasio). Este actúa por contacto, reblandeciendo las cubiertas protectoras de muchos insectos, provocando su muerte por deshidratación.
Ambos, tanto en su conjunto como por separado, son ampliamente utilizados como soluciones ecológicas para el control de plagas comunes en huertos y jardines. Pero…
¿Son realmente ecológicos?
Aunque se les considera «ecológicos» por su origen vegetal, es importante entender que su acción es biocida, es decir, matan formas de vida. En este caso, insectos, ácaros y otros pequeños organismos, sin distinguir entre plagas o especies beneficiosas como abejas, mariquitas y otros polinizadores.
Por eso, es más adecuado hablar de ellos como biocidas ecológicos, productos que, aunque no representan un riesgo para la salud humana ni la de nuestras mascotas, sí alteran la biodiversidad si no se aplican con cuidado. Pues su uso continuado o indiscriminado puede generar desequilibrios persistentes y reducir la resiliencia natural del ecosistema.
¿Para qué se usan?
Popularizados como insecticidas «naturales» gracias a su efectividad frente a múltiples plagas comunes en huertos y jardines, estos se emplean como herramientas para el control biológico, especialmente cuando buscamos evitar el uso de pesticidas sintéticos.
Y aunque son muy efectivos a la hora de combatir insectos de cuerpo blando como pulgones, cochinillas, mosca blanca, araña roja, trips, etc. también son efectivos a la hora de eliminar fauna útil. Por eso, nosotros solo recomendamos su uso en casos graves.
Bajo nuestra experiencia, lo mejor es aplicarlo en árboles sin floración, ya que habrá menos vida en ese momento. Su uso debe hacerse con criterio, conocimiento y moderación. No se trata de sustituir un veneno químico por otro más “natural”, sino de usar estas herramientas como un apoyo puntual, dentro de una estrategia más amplia que priorice la biodiversidad y la prevención.
¿Qué ocurre si se usan en exceso?
Como todo en la vida, estos productos también deben utilizarse con mesura. En el caso del aceite de neem y el jabón potásico, aplicar dosis frecuentes o sin criterio puede acabar rompiendo el equilibrio natural de nuestro huerto. Como ya hemos mencionado, al actuar como biocidas, no solo eliminan la plaga objetivo, sino también a muchos de sus depredadores naturales, lo que acaba debilitando la red ecológica que mantiene a raya estos problemas de forma natural, facilitando así que las plagas vuelvan a aparecer con más fuerza y menos obstáculos.
Utilizar estos productos a largo plazo, genera una dependencia a soluciones externas. Es decir, al eliminar a nuestros aliados naturales del huerto, lo convertimos en un espacio más vulnerable, que necesita nuestra vigilancia continua y tratamientos más repetidos para mantenerse sano. Lejos de solucionar el problema de raíz, lo perpetuamos.
Por lo tanto debemos tener siempre presente que el aceite de neem y el jabón potásico pueden ser aliados útiles dentro de una estrategia ecológica de manejo de plagas, pero no son inocuos. Su uso debe estar guiado por el conocimiento, la observación y el respeto hacia la biodiversidad que sostiene nuestro huerto
Como recomendación, creemos que en lugar de buscar respuestas rápidas, debemos fomentar sistemas vivos y equilibrados que, con el tiempo, requieran cada vez menos intervención y nos ofrezcan mucho más que una cosecha. Y en el caso de plagas puntuales, y siempre que veamos que no están los depredadores naturales de la plaga ya actuando, aplicar control biológico.